Gran número de interpretaciones se
han dado a esta figura de Discépolo; va aquí una de ellas:
“En Buenos Aires –prosigue el autor anónimo- coexistieron bacinillas y letrinas hasta principios del siglo XX, época en que las familias ‘acomodadas’ comenzaron a instalar baños. Luego su uso se generalizó casi en toda vivienda, incluso en las modestas. El sencillo ‘miniambiente’ constaba al menos de retrete y lavabo. Si los lujuriosos dueños de casa practicaban la morisca costumbre de lavarse todo el cuerpo más o menos seguido, siempre que contaran con medios económicos suficientes como para costearse ese capricho, los baños también tenían una ducha. Claro, si había una ducha era necesario calentar el agua, así que al lado de la ducha se instalaba un calefón”.
“En Buenos Aires –prosigue el autor anónimo- coexistieron bacinillas y letrinas hasta principios del siglo XX, época en que las familias ‘acomodadas’ comenzaron a instalar baños. Luego su uso se generalizó casi en toda vivienda, incluso en las modestas. El sencillo ‘miniambiente’ constaba al menos de retrete y lavabo. Si los lujuriosos dueños de casa practicaban la morisca costumbre de lavarse todo el cuerpo más o menos seguido, siempre que contaran con medios económicos suficientes como para costearse ese capricho, los baños también tenían una ducha. Claro, si había una ducha era necesario calentar el agua, así que al lado de la ducha se instalaba un calefón”.
“Sin embargo –según esta singular historia-, el papel higiénico tardó en obtener su carta de ciudadanía para poder trabajar en limpio en aquellas sucias tierras. Cuando apareció, era bastante caro y no estaba al alcance de todas las familias. Entonces se veían obligadas a utilizar para esos fines sanitarios el vulgar papel de diario o, en su defecto, cualquier otro. Era muy estimado un papel más sedoso; así que los sufridos usuarios trataban de conseguir en las verdulerías y fruterías los papeles con los que venían envueltas las manzanas y otros productos de campo”.
Y aquí aparece La Biblia en escena. “Otro muy apreciado era el llamado ‘papel biblia’, especialmente delgado y suave. Ahora bien, ya por entonces existía la Sociedad Bíblica, una de cuyas misiones era la de difundir la biblia protestante, para lo cual regalaba ejemplares del sagrado libro (obsequio que en la actualidad lo sigue haciendo).
Como si fueran devotos creyentes, muchos habitantes de Buenos Aires aceptaban esas gentilezas y, aunque siendo mayoría la grey católica, lo mismo pasaban a retirar la biblia protestante, que la Sociedad obsequiaba en calles, plazas o en su sede central”.
”Sin embargo –culmina esta historia- cuentan que quienes obtenían esas biblias protestantes no era masivamente con el fin de leerlas. Les perforaban una tapa y las colgaban de un gancho de alambre, al lado del calefón, cerca del retrete, e iban arrancando las suaves hojas para usarlas como papel higiénico”.
Precisamenta "Sable sin remache" se le llamaba a un gancho donde se colgaba el papel higiénico al lado del inodoro.
En este hecho se habría inspirado Enrique Santos Discépolo para decir con elegante suspicacia, propia de un grande, esta frase:
de los cambalaches se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remache
ves llorar la Biblia junto a un calefón...